Introducción
La teoría marxista de
la cultura postula que el surgimiento de la cultura es una evolución unilineal
que nace del control de los medios de producción y la acción del hombre sobre
los recursos del medio ambiente, resultando la cultura apenas un epifenómeno de
lo mencionado anteriormente. Siendo las primeras las denominadas “infra
estructuras” como por ejemplo las actividades netamente productivas, y las
construcciones sociales tales como el derecho o la religión, son denominadas
“súper estructuras” (Eiroa, 2002, pág. 12) .
En el libro “Choque de
civilizaciones”, el autor Samuel Hungtington plantea que los límites
civilizacionales, o culturales, corresponden a los límites entre la expansión
de las áreas de influencia de las grandes religiones mundiales. Es por ello que
este estudio busca analizar el factor territorio en el ascenso y fracaso de la
religión que marca las culturas de Occidente y Latinoamérica: el cristianismo.
Contrario a la teoría
marxista de la cultura, y más en línea con las tesis de Toynbee y Hungtington,
es posible que la religión (súper estructura) no sea un epifenómeno (como rasgo
de la cultura) del control de los medios de producción sino que sea un elemento
fundante y que delimite las distintas áreas culturales.
Es por esta razón que
el análisis de la geografía física de la Europa Mediterránea, y de su geografía
humana, nos permiten extraer rasgos que propiciaron el éxito en la expansión
del cristianismo, y por el contrario, explicar su fracaso en Oriente. Hay elementos
de la geografía que permiten inferir movimientos de resistencia al interior del
cristianismo occidental, marcados justamente por la dicotomía del territorio
donde se asientan.
Claramente el fracaso o éxito del cristianismo es una cuestión multifactorial, sólo se pretende dar valor a uno de estos factores, la geografía.
Comunicaciones en el Imperio
Durante las primeras
centurias de nuestra era, una característica de la zona controlada por el
Imperio Romano es la movilidad entre lugares distantes, viajar en esta época
era más fácil de lo que nunca antes había sido. Los romanos habían construido
grandes calzadas que comunicaban a todas las provincias y ciudades del Imperio,
y el constante patrullaje reducía los peligros de asaltantes. Lo mismo ocurría
por mar, el dominio del “Mare Nostrum” por parte de Roma mantuvo el
Mediterráneo libre de piratas. Un sistema de monedas único era usado en todo el
imperio, y culturalmente, un hablante de latín o griego podía comunicarse en
cualquier lugar usando cualquiera de esos idiomas. (Stambaugh, J.; Balch, J., 1993,
págs. 43-44) .
Las calzadas romanas
estaban empedradas por lo que soportaban el desgaste de las carretas y el flujo
constante de peatones y caballos (Stambaugh, J.; Balch, J., 1993, pág. 44) . Los viajes en barco
eran mucho más rápidos, siendo la ruta favorita desde Palestina a Roma la que
salía desde Alejandría en Egipto, ruta que tenía un tiempo de viaje de apenas
10 días (Stambaugh, J.; Balch, J., 1993, pág. 45) .
Las cartas podían
viajar fácilmente desde un punto a otro del imperio a pesar de las grandes
distancias, por el control político y militar de toda la cuenca del
Mediterráneo. Este hecho es crucial en el ascenso del cristianismo, ya que
buena parte de lo que conocemos del cristianismo temprano del primer siglo
viene de los documentos cristianos más antiguos que conservamos y que están
datados entre el 50 DC y 60 DC y son justamente del género epistolar (Vidal, 2008, págs. 101-108) .
El cristianismo, una religión
urbana.
Según la tradición,
Pablo fundó varias iglesias en las ciudades de Grecia. Y es abundante su
epistolario precisamente a iglesias del mundo griego. La expansión del
cristianismo por intermedio de Pablo y otros misioneros anónimos parece haber
seguido la ruta de la Vía Egnatia en Grecia, al menos hasta Tesalónica (Vidal, Pablo,
de Tarso a Roma, 2007, pág. 107) , iglesia a la que
fue dirigida la primera epístola del cristianismo y el texto cristiano más
antiguo conservado del 50 de nuestra era, La Epístola a los Tesalonicenses (Vidal,
Iniciación a Pablo, 2008, pág. 101) .
La importancia de la
Vía Egnatia, es que nace en la ciudad portuaria de Dyrrachium y termina en la
ciudad de Bizancio, atravesando lo que hoy es Albania, Grecia, Macedonia y
Turquía en un eje Oeste-Este, comunicando Roma con el Oriente a través de un
puente marítimo en el Adriático. Siguiendo el sentido inverso, desde Bizancio a
Dyrrachium es que el cristianismo llega a Europa (Bornkamm, 2002, pág. 91) .
Una vez en Europa, el
cristianismo muta y se transforma. Pasa de ser la religión de los ambientes
rurales de Galilea desde donde nace, a una religión de ciudades, cambiando
totalmente su paradigma. Al urbanizarse el cristianismo se permea con la
cultura grecorromana, se hace una religión de templos y jerarquías (sacerdotes,
curia, estructura administrativa, etc.), muy distinta a las prédicas sencillas
y bucólicas de Jesús que apelaban al conocimiento y la realidad de sus oyentes:
el campo (Porter, 2008, pág. 137)
Los ambientes urbanos
del imperio modelan el cristianismo, tal es el caso de que no se propagó por
las zonas rurales del imperio, concentrándose casi en exclusiva en sus zonas
urbanas. A tal punto es gráfico lo anterior, que el vocablo latino “pagi” que se usaba para referirse a los
habitantes de zonas rurales, derivó en “pagano” para indicar que esa persona no
era cristiana (Anónimo, 2016) . Y de esto nos damos
cuenta en la estructura cristiana que se articula en diócesis que ejercen como
cabezas de provincia en las ciudades capitales (MacCullogh, 2012, pág. 228) , comandadas por un
obispo con un clero a su servicio, replicando el modelo imperial de
organización administrativa (MacCullogh, 2012, pág. 228) . Toda la vida
cristiana, era la vida de la ciudad. De hecho el mayor pensador cristiano que
dio su historia y el más influyente a la vez, Agustín de Hipona, creó una
analogía usando la figura de la ciudad para referirse a la manifestación
excelsa de lo que él entendía como el clímax del cristianismo, le llamó “Ciudad
Celestial”, en el libro “La Ciudad de Dios”.
La asociación del
cristianismo con la urbanidad, también alteró las funciones obispales quienes
no solo eran los líderes de congregaciones pequeñas, casi familiares, sino que
dominaban extensos territorios e intervenían en las políticas locales. Y su
opinión ya no solo se limitaba a los asuntos de su congregación sino que
también se iban asimilando sus funciones a las de los magistrados oficiales del
Imperio Romano, considerándoseles “gobernantes mundanos”. Lo anterior, la idea
cristiana occidental urbana lo asimiló de tal manera, que el antiguo vocablo
latino “cathedra” asociado con
anterioridad a los maestros de educación superior terminó usándose para
designar el trono donde se sentaba el obispo, y a la iglesia urbana donde se
asentaba dicho trono se le denominó “catedral” (MacCullogh, 2012, pág. 228) . Estos edificios
fijaron el carácter de los obispos como políticos y estadistas y tomaron su
modelo se la administración secular (MacCullogh, 2012, págs. 228-229) .
Las grandes sedes
arzobispales y papales tomaron prestado el nombre del griego “basilios” (rey) y fueron denominadas
“basílicas”, para hacer denotar su carácter regio. Las basílicas fueron
concebidas como el modelo de la perfección de la comunicación con Dios (MacCullogh,
2012, pág. 229) .
Los cristianos que
vieron que su religión se había urbanizado y acomodado con las clases
dirigenciales del Imperio, en señal de protesta tomaron el sentido inverso y
abandonaron los núcleos urbanos cristianos. La vinculación ciudad-cristianismo
por primera vez se desafiaba en los territorios del Imperio Romano, invadiendo
esta vez los espacios geográficos alternos, surgen los monjes eremitas (del
griego “eremos” que designa a los
páramos deshabitados) y ascetas. Y esto debido a que mientras se urbanizaba la
Iglesia y más se acercaba al poder político, más patente se hacían las
diferencias que la misma Iglesia tenía con el mensaje de pobreza y abandono de
Jesús. Este movimiento monacal se desarrolla al margen de los núcleos urbanos del
Imperio, al margen del poder, donde el espacio geográfico es incontrolable y no
hay acción antrópica que modelen los territorios, es una rebelión silenciosa
que clama desde el hostil desierto, un llamado a la pureza de la fe cristiana.
Los primeros monjes eremitas de los que la historiografía nos da noticias son
Antonio Abad y Pacomio, en los siglos III y IV respectivamente. Ambos se
retiraron al desierto de Egipto y marcaron el siguiente desarrollo del
cristianismo, los monasterios (MacCullogh, 2012, págs. 235-238) . Surge entonces
dentro del mundo cristiano la siguiente dicotomía: Iglesia-ciudad-poder versus
Eremitas-desierto-pobreza, siendo el territorio (ciudad, desierto) el elemento
más llamativamente diferenciador y que marca la resistencia de los últimos.
La expansión a Oriente, el fracaso.
La iglesia oficial que
se urbanizó en Occidente y se afincó con el poder político imperial, no se
expandió en la Península Arábiga, al contrario, fueron los grupos considerados
como herejes quienes se fueron al desierto árabe, expulsados de la oficialidad
imperial. Estos grupos, monofisitas[1],
diofisitas[2],
miafisitas[3], y otros, nunca contaron con el favor real
tanto en Arabia como en Persia, y tampoco encontraron núcleos urbanos
importantes como si lo hizo la Iglesia Oficial en el templado Occidente
Mediterráneo (MacCullogh, 2012, págs. 265-288) .
Alrededor del 560, con
el apoyo del Reino cristiano de Etiopía, un reyezuelo local, Abraha, fundó en
el Yemén un reino cristiano miafisita. Éste podría haber sido el futuro del
cristianismo en Arabia de no ser por una gran catástrofe de la ingeniería: en
la década del 570, la antigua presa del Marib, en la que se fundaba la prosperidad
agrícola de la desértica región del Yemén,
y que había sido reparada bajo el mandato del rey Abraha, sufrió una
avería desastrosa. Una sociedad compleja y rica que había florecido bajo el
regadío suministrado por la presa, quedó devastada para siempre, y con el
derrumbamiento de la milenaria presa debió perecer toda la credibilidad del
cristianismo en Arabia (los árabes pensaron que el cristianismo les había
traído mala suerte) (MacCullogh, 2012, pág. 279) .
El clima desértico, la
falta de agua, la inundación y la consecuente destrucción de poblados, el
decaimiento de la agricultura en el Yemén, y la migración forzada de cincuenta
mil personas tras el desastre marcaron a fuego el recuerdo de los reinos
cristianos en la zona, al punto que el Corán menciona en alguna de sus suras
que “Saba (Yemén) fue castigada por su
infidelidad” (MacCullogh, 2012, pág. 279) [4].
El cristianismo en la
península arábiga no pudo arraigarse. Fracasó en su lugar de nacimiento, dando
paso a la furia del Islam, la religión de los beduinos coraisquitas de La Meca.
La sociedad arábiga era muy consciente de la catástrofe ecológica de Marib. Los
viajeros que acudían al sudoeste de la península veían con sus propios ojos una
sociedad mortecina, incapaz de recuperarse después de haber gozado de fama y
riqueza en toda la región durante siglos (MacCullogh, 2012, pág. 289) . Esta catástrofe que
puso en descrédito al cristianismo, más los conflictos religiosos, el orgullo
ancestral del lugar sagrado de La Meca, y el castigo de Dios al Yemén por su
infidelidad, permearon la mente del hombre árabe para que aceptara la sumisión
ofrecida por el profeta Mahoma, el Islam (literal: sumisión) y explican el
contexto histórico y geográfico que facilitó el rápido ascenso de esta
religión. El territorio, para bien o para mal, marcó el destino del
cristianismo en Oriente de forma contraria a como lo hizo en Occidente.
Conclusión.
Es posible afirmar que
el territorio fue factor en el ascenso del cristianismo en Occidente, las
grandes obras de ingeniería romanas modificaron el espacio de tal modo que en
poco tiempo una religión de campesinos galileos se convirtió en el epítome del
poder imperial y en su herencia más palpable una vez la vieja Roma fue arrasada
por los bárbaros. El cristianismo, junto con el Islam, fue el reservorio de la
cultura grecorromana y que posteriormente permitió el Renacimiento. Todo a
través de una red de carreteras que permitieron el rápido traslado de un lugar
a otro, y con ello las ideas viajaron con la misma celeridad.
Hay diferencias
sustanciales entre el cristianismo central, urbano, con espacios modelados por
el hombre y climas templados, a diferencia del cristianismo de resistencia,
periférico, en zonas desérticas donde la supervivencia es dura y modeló al
eremita como modelo del santón cristiano por excelencia.
Cuando se compara la
urbanización en Occidente, versus el desierto en Arabia, se entiende que el
cristianismo oriental haya tenido pocos núcleos urbanos donde desarrollarse, y
con el desastre ecológico que ocasionó el derrumbe de la Presa del Marib, donde
el territorio yemení fue fuertemente modificado, explica el contexto que causa
el ascenso del Islam y el fracaso de la pretensión cristiana de ser la religión
hegemónica en Arabia. Pocas ciudades y mala propaganda.
El desarrollo del
cristianismo como fenómeno urbano dentro de los límites del Imperio Romano
parece indicar que es el territorio que favoreció su expansión y ascenso (la
comparación con la desértica Arabia es evidente) siendo un factor importante en
su triunfo posterior como religión única del Imperio tras Teodosio.
Bibliografía
Anónimo. (20 de 10 de
2016). Wikipedia. Recuperado el 22 de 11 de 2016,
Bornkamm, G. (2002). Pablo de Tarso. Barcelona: Sígueme.
Eiroa, J. (2002). Sobre el origen del urbanismo y del modelo de vida
urbana en el Viejo y Nuevo Mundo. Murcia: Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Murcia.
MacCullogh, D. (2012). Historia de la cristiandad. Barcelona:
Debate.
Porter, J. (2008). Jesucristo. Barcelona: Blume.
Stambaugh, J.; Balch, J. (1993). El Nuevo Testamento en su entorno
social. Bilbao, España: Descleé de Brouwer.
Vidal, S. (2008). Iniciación a Pablo. Santander: Sal Terrae.
Vidal, S. (2007). Pablo, de Tarso a Roma. Santander: Sal Terrae.
[1] Grupo de creyentes que fueron
considerados como herejes tras el Concilio de Calcedonia en el 451. Creían que
Jesús tenía solo una naturaleza, la divina; en contraste con el cristianismo
oficial quienes creían que Jesús tenía dos naturalezas, la humana y la divina.
[2] Grupo de creyentes que fueron
considerados como herejes tras el Concilio de Éfeso en el 431. Creían que Jesús
tenía dos naturalezas, la humana y divina pero separadas como dos personas
distintas; en contraste con el cristianismo oficial que creía que ambas
naturalezas se encontraban en unión hipostática.
[3] Grupo de creyentes que fueron
considerados como herejes tras el Concilio de Calcedonia en el 451. Creían que
Jesús tenía una sola naturaleza humana y divina a la vez; en contraste con el
cristianismo oficial que creía que Jesús tenía dos naturalezas (humana y
divina) en unión hipostática.
[4] Pueden consultar: M.A.S. Abdel Haleem,
The Quran: a new translation, Oxford, 2004, p. 273 (34.16) (traducción al
castellano El Corán, de Juan Vernet, círculo de lectores, Barcelona 2002).
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