¿Conocen el relato del paralítico sanado por Jesús?, pues todos lo
conocemos y se encuentra en los tres evangelios sinópticos, con matices, pero
el grueso del relato es el mismo.
El objetivo de la perícopa es enseñar, no relatar un milagro. La
enseñanza principal del relato es el perdón, el poder de Jesús de perdonar.
Pero no es Jesús quien perdona directamente, sino que es dios
perdonando a quien Jesús muestra. El no dice “te perdono”, dice en pasivo (como
buen semita para evitar pronunciar en vano el nombre de dios) que es “dios
quien lo perdona”.
Pero no me quiero centrar en el acto de perdonar de Jesús, o si hubo un
milagro o no, no es mi intención y sobre esas cosas hay ya mucha tinta escrita,
mi intención es hablar sobre otra arista del relato, una menos conocida, y
apelando a la polisemia.
A Jesús le llevan un paralítico en camilla, amigos y cercanos, es decir
un grupo de gente que se preocupa y protege al paralítico. Una red de
protección detrás del paralítico que lo sostiene y ayuda.
El paralítico es un enfermo, alguien que durante su vida ha sufrido
enormemente, depende de los otros para poder subsistir ya que su enfermedad es
invalidante (físicamente, hay otras situaciones emocionales que también son
invalidantes). Nunca se ha puesto de pie, ya sea
desde siempre o desde después de un accidente, pero lleva el dolor de su
sufrimiento a cuestas, así como aquellos que hemos perdido a un ser querido, o
quienes viven duelo, los divorciados, las mujeres abusadas, golpeadas, los
homosexuales excluidos, y todos quienes en algún momento de nuestras vidas
tenemos la “camilla” de algún dolor que nos recuerda que somos inválidos ante
el sufrimiento.
Sus amigos quieren que el sane, por eso lo llevan ante Jesús. Quizás
llevan tiempo intentando curar a su amigo, o quizás el paralítico ya ha perdido
la esperanza. Lo peor que podría pasarle al paralítico es que haya asumido su
condición, y renunciado a la sanación. Quizás se resignó y comenzó a sacar
provecho de su enfermedad, manipulando a los otros, u obteniendo dinero fácil
de las limosnas. Obviamente es especulativo, lo que dice el texto es que por
sus amigos, y por la fe de ellos, Jesús accede.
Luego de un diálogo con los fariseos y maestros de la ley (tema del
“perdón”, no me referiré a ello), Jesús le dice al paralítico “levántate, toma
tu camilla y anda”. El paralítico se para, ya no depende de esa camilla para ir
de un lugar a otro, ni de la buena voluntad de sus amigos para desplazarse. El
paralitico ya no es un inválido, puede ir donde quiera, puede trabajar y
ganarse su sustento, puede dejar de ser una carga para los suyos, y puede
asumirse y ser feliz consigo mismo.
El paralítico se ha levantado, pero Jesús le dice “toma tu camilla”, esa
camilla que fueron sus piernas quizás por cuanto tiempo, esa camilla que era el
símbolo de su enfermedad, que significaba su dolor de ser inválido, ¿Cuántas
camillas tenemos en nuestros haberes personales?, ¿Cuántas marcas de ella hay
en nuestra piel?, la camilla era el dolor, no el problema físico, sino el dolor
emocional. ¿Cuántos de nosotros sufrimos por haber sido abusados, maltratados,
humillados, u ofendidos?, ¿Cuántos de nosotros sufrimos por nuestros propios
actos, malas decisiones, obesidad, drogadicción, alcoholismo, infidelidades,
etc.?, Jesús nos dice “toma tu camilla”, que es lo mismo decir “hazte cargo de
tu vida”.
El paralítico se ha puesto de pie, es él quien sostiene la camilla y no
al revés como ha sido siempre, pero Jesús también le dijo “anda”. Debemos ser
capaces de no postrarnos ante la adversidad, de tomar el control de nuestros
problemas por muy doloroso que sea, y caminar con ellos. Ni un problema es tan
poderoso de volvernos paralíticos emocionales, ninguna aflicción nos puede
tumbar en una camilla y dejarnos sin ganas de levantarnos. La depresión tiene
tratamiento, y nada vale la pena echarse a morir.
El paralítico, al igual que nosotros, al entrar en contacto con Jesús ha
cambiado, ya no es el mismo. El accionar de Jesús en nuestras vidas debe
provocar cambios, no podemos ser indiferentes ante su encuentro. ¿Cuántas veces
el Resucitado nos ha dicho “levántate, toma tu camilla, y anda? A mí varias,
luego de la muerte de mi abuela, de mi fracaso de pareja y asumir una
paternidad lejana, o de mi quiebra, y ahora último mi lesión. Pero no hay que
echarse a morir, hay que tomar la camilla, y seguir caminando.