martes, 28 de octubre de 2014



¿Conocen el relato del paralítico sanado por Jesús?, pues todos lo conocemos y se encuentra en los tres evangelios sinópticos, con matices, pero el grueso del relato es el mismo.

El objetivo de la perícopa es enseñar, no relatar un milagro. La enseñanza principal del relato es el perdón, el poder de Jesús de perdonar. Pero no es Jesús quien perdona directamente, sino que es dios perdonando a quien Jesús muestra. El no dice “te perdono”, dice en pasivo (como buen semita para evitar pronunciar en vano el nombre de dios) que es “dios quien lo perdona”.

Pero no me quiero centrar en el acto de perdonar de Jesús, o si hubo un milagro o no, no es mi intención y sobre esas cosas hay ya mucha tinta escrita, mi intención es hablar sobre otra arista del relato, una menos conocida, y apelando a la polisemia.

A Jesús le llevan un paralítico en camilla, amigos y cercanos, es decir un grupo de gente que se preocupa y protege al paralítico. Una red de protección detrás del paralítico que lo sostiene y ayuda.



El paralítico es un enfermo, alguien que durante su vida ha sufrido enormemente, depende de los otros para poder subsistir ya que su enfermedad es invalidante (físicamente, hay otras situaciones emocionales que también son invalidantes).  Nunca se ha puesto de pie, ya sea desde siempre o desde después de un accidente, pero lleva el dolor de su sufrimiento a cuestas, así como aquellos que hemos perdido a un ser querido, o quienes viven duelo, los divorciados, las mujeres abusadas, golpeadas, los homosexuales excluidos, y todos quienes en algún momento de nuestras vidas tenemos la “camilla” de algún dolor que nos recuerda que somos inválidos ante el sufrimiento.

Sus amigos quieren que el sane, por eso lo llevan ante Jesús. Quizás llevan tiempo intentando curar a su amigo, o quizás el paralítico ya ha perdido la esperanza. Lo peor que podría pasarle al paralítico es que haya asumido su condición, y renunciado a la sanación. Quizás se resignó y comenzó a sacar provecho de su enfermedad, manipulando a los otros, u obteniendo dinero fácil de las limosnas. Obviamente es especulativo, lo que dice el texto es que por sus amigos, y por la fe de ellos, Jesús accede.

Luego de un diálogo con los fariseos y maestros de la ley (tema del “perdón”, no me referiré a ello), Jesús le dice al paralítico “levántate, toma tu camilla y anda”. El paralítico se para, ya no depende de esa camilla para ir de un lugar a otro, ni de la buena voluntad de sus amigos para desplazarse. El paralitico ya no es un inválido, puede ir donde quiera, puede trabajar y ganarse su sustento, puede dejar de ser una carga para los suyos, y puede asumirse y ser feliz consigo mismo.

El paralítico se ha levantado, pero Jesús le dice “toma tu camilla”, esa camilla que fueron sus piernas quizás por cuanto tiempo, esa camilla que era el símbolo de su enfermedad, que significaba su dolor de ser inválido, ¿Cuántas camillas tenemos en nuestros haberes personales?, ¿Cuántas marcas de ella hay en nuestra piel?, la camilla era el dolor, no el problema físico, sino el dolor emocional. ¿Cuántos de nosotros sufrimos por haber sido abusados, maltratados, humillados, u ofendidos?, ¿Cuántos de nosotros sufrimos por nuestros propios actos, malas decisiones, obesidad, drogadicción, alcoholismo, infidelidades, etc.?, Jesús nos dice “toma tu camilla”, que es lo mismo decir “hazte cargo de tu vida”.



El paralítico se ha puesto de pie, es él quien sostiene la camilla y no al revés como ha sido siempre, pero Jesús también le dijo “anda”. Debemos ser capaces de no postrarnos ante la adversidad, de tomar el control de nuestros problemas por muy doloroso que sea, y caminar con ellos. Ni un problema es tan poderoso de volvernos paralíticos emocionales, ninguna aflicción nos puede tumbar en una camilla y dejarnos sin ganas de levantarnos. La depresión tiene tratamiento, y nada vale la pena echarse a morir.


El paralítico, al igual que nosotros, al entrar en contacto con Jesús ha cambiado, ya no es el mismo. El accionar de Jesús en nuestras vidas debe provocar cambios, no podemos ser indiferentes ante su encuentro. ¿Cuántas veces el Resucitado nos ha dicho “levántate, toma tu camilla, y anda? A mí varias, luego de la muerte de mi abuela, de mi fracaso de pareja y asumir una paternidad lejana, o de mi quiebra, y ahora último mi lesión. Pero no hay que echarse a morir, hay que tomar la camilla, y seguir caminando.

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